Al buen entendedor, pocas palabras

Los Dichos de la Abuela
GRATITUD: Al buen entendedor, pocas palabras

Por: Dora Pancardo.

 

El otro día escuchaba a cierta locutora de radio decir que los seres humanos somos poco agradecidos, que pasamos por la vida ignorando los pequeños detalles que nos hacen afortunados, pero eso sí, dándole un peso excesivo a aquellas cosas que no tenemos, aquellas en las que nos equivocamos, la blusa que ya no nos queda, el tráfico, la señora estacionada en doble fila, el café derramado en la camisa blanca, y así un largo etcétera; como si el mundo conspirara para hacernos sufrir y pasar penurias.

 

Me hizo sentido.

 

Y fue así porque, a tres meses de renunciar a mi empleo formal, en donde mi quincena (muy buena, por cierto), se encontraba asegurada, mi carrera profesional iba en ascenso y me sentía muy “afamada” con el puesto que tenía, me quedé así: desempleada, con miles de ideas en la cabeza pero con mucha incertidumbre sobre qué hacer, sobre por dónde comenzar, sobre con quién…además, estaba (¡estoy!) embarazada. Vaya, que pasé de ser una treintona soltera y bien asalariada, a una embarazada desempleada. O al menos, así lo veía yo por esos días.

 

Me tomé media hora después del comentario de la radio y respiré profundo. Sabía que tenía que agradecer muchas cosas, muchas vivencias, mucha gente, muchas bendiciones, pero… ¿por qué se agolpaban todas juntas en mi cabeza sin darme chance de asimilarlas? ¿Por qué me sentía como perdida, como si yo ya no fuera más yo? ¿Dónde había quedado mi quincena? ¿Y mi fama? ¿Y mi rutina? ¿Y mi cuerpo? ¿De quién era esta pancita tímida que ya impedía que los pantalones me entraran? ¿Dónde carajos me había metido, quién me había secuestrado?

 

Fueron los treinta minutos mejor invertidos desde mi (auto) despido laboral.

 

Me di cuenta que en realidad veía las cosas a lo grande, sin detenerme en los detalles. Me explico: me era fácil extrañar la quincena, y la rutina y mi ropa de ejecutiva porque eso representaba en qué se iban las horas de mi vida hasta entonces. Claro, me levantaba a las 6:00 am todos los días y me acostaba a las 11:00 pm, vestía ropa de ejecutiva, me sentía muy fregona haciendo proyectos, concertando citas, aceptando los halagos y alimentándome el ego y luego…esperaba la quincena. Y así hasta el siguiente día de pago. Alimentando un círculo que me dejaba poco, excepto mi ego empotrado en los árboles más altos del bosque de Chapultepec.

 

Y me di vergüenza…

 

Ya bien entrada en la reflexión, me di cuenta que no agradecía ni el sol, ni la luna, ni mi respiración, ni todas aquellas cosas que daba por sentadas, que sentía que me había ganado por el solo hecho de existir, pero lo más fuerte de todo es que… ¡no agradecía mis errores! –“¿Y por qué una tendría que agradecer los errores?”-pensé por un momento. -“Porque los errores son los niveles de la escuela de la vida, y si no los agradezco, tampoco puedo pasarlos, tampoco soy digna de avanzar”- Me respondí casi inmediatamente a mí misma, aunque la respuesta fue más bien dictada, como soplada al oído, pero no cuestioné mucho y la acepté de buena gana.

 

Como bien decía mi abuela:

Y comencé a entender que tenía la vida que había ganado gracias a mis decisiones. Que nadie era el culpable, el malo, el maldito demonio…que yo era la causa y consecuencia de todo, y que mi “desgracia” no era más que lo que había pedido al universo en tantas noches de insomnio: un novio que me amara y a quien amar y…¡que me hiciera un hijo!, una familia que cuidar, un buen tiempo de pensar y de escribir, y de dedicarme a los proyectos guardados en el cajón, unas horas de libros, y de amigos y de viajes, y de desayunos pausados. Ahora lo tenía y yo… ¡ya empezaba a ser ingrata y malagradecida!

 

Por supuesto no agradecía mi creatividad, ni mis ganas, ni el impulso que me hacía levantarme todos los días, darme un baño y prender la computadora para saber más, para crear más, aunque no supiera por dónde, aunque las ideas fueran y vinieran, aunque juntara los libros que quería por fin leer y me quedara mirándolos sin saber cuál abrir primero, como una niña que comienza a caminar y teme dar el paso.

 

Ni agradecía lo más hermoso de todo lo que me estaba pasando: que era el hecho de que mi cuerpo fuera tan fuerte, sabio y definitivamente milagroso, como para dar alojamiento a otro ser humano, como para “procesarlo” y sentirlo crecer. Tenía no uno, sino dos corazones latiendo en mi cuerpo y yo… ¡simplemente no lo agradecía!

 

Y entonces, mi “yo” interna y la externa, hicieron las pases.

 

La vida (mi vida) es una maravilla. Una serie encadenada de experiencias, sonrisas, achaques, errores, amores, risas y llantos que quiero agradecer cada segundo, que simplemente no estoy dispuesta a ahorrarme.

 

Porque además de los grandes regalos que ya nos da la vida como el amanecer, el sol (o la lluvia, o el granizo) y el grandísimo milagro de respirar, me di cuenta que hay otros muchos que vienen de las personas que nos rodean, de quienes nos quieren y, a veces (¡casi sorprendentemente!), de aquellos que conocemos poquito o nada. Apenas acepté mi agradecimiento, comenzaron a llegarme muchos más motivos que agradecer, muchos más regalos: desde ropa para de maternidad hasta libros de cuentos para el pedacito de cielo que espero; desde ideas nuevas y conexiones interesantes, hasta la oportunidad, clara y precisa, de lo que quiero hacer y a lo que me quiero dedicar los próximos años de mi vida.

 

¿Porque saben qué? Yo me quiero arrugar.

 

Y me quiero arrugar porque eso significará haber vivido. Haber reído hasta hacerme pipí, y hacerme pipí también del miedo; y haber llorado, y haber probado limones agrios, y haber arrugado los labios en un beso…y haber traído al mundo a un ser humano. Y la mejor forma de arrugarme, sin duda, es agradeciendo.

 

Si, como decía “Forrest Gump”, la vida es una caja de chocolates, en la que nunca sabes cuál te va a tocar, yo hoy estoy dispuesta a probarlos todos, a aprehender el sabor de cada uno, a disfrutarlo y, sobre todo, a agradecerlo, no importa si es chocolate oscuro, o blanco, o dulce o semi-amargo.

 

¿Qué tal si nos damos chance de arrugarnos viviendo? ¿Qué tal si nos damos chance de vivir agradeciendo?

 

Podría ser una buena idea.

 

Y para comenzar a ejercerlo: ¡agradezco tus ojos derramados en mis letras!

 

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Comentarios: 5
  • #1

    Jossa (martes, 01 abril 2014 16:19)

    Te conozco casi de toda la vida y cada vez que vuelvo a saber de ti, me sorprendes. En tu cabeza hay toda una revolución llena de... de "algo" que no entiendo pero me hace admirarte, me hace sentirte, me hace...me hace feliz, porque es así como te leo. Ya soy tu "fans"

  • #2

    Rosario (martes, 01 abril 2014 22:30)

    Wow me dejas con la boca abierta pero además me dejas con una reflexion. Te quiero Dori saludos

  • #3

    Dora Pancardo (miércoles, 02 abril 2014 10:53)

    ¡Me encanta que les guste mi trabajo! Es cierto que esta cabecita no para de generar ideas, pero por lo mismo, a veces es muy difícil aterrizarlas. Aquí seguiré, escribiéndoles y compartiéndoles. Gracias por leerme :)

  • #4

    Isa Vieyra (miércoles, 02 abril 2014 13:03)

    Dios!!! gracias por estas palabras que siento tan mías, por abrirme los ojos a los pequeños detalles que por la rutina diaria (que tú bien conoces) pierdo de vista, por empezar a agradecer cada respiro de aire fresco desde mi oficina aunque el día no sea perfecto o bueno yo no quiera hacer perfecto, gracias por haber coincidido contigo en mi camino, personitas como tu contadas con los dedos de una mano, Dios te bendiga siempre!!!

  • #5

    Rosario Cruz (miércoles, 02 abril 2014 13:36)

    Wooww mujer me dejas helada, tus líneas llenas de sabiduría fortaleza y sobrero todo humildad, a disfrutar las arrugas vivamos la vida, no hay crema que te quite eso sabores… Eres un sol, bien dicen quien tiene magia no necesita de trucos..

    Besos


    Saludos