Los Dichos de la Abuela: "El león no es como lo pintan"

O el vicio de juzgar sin conocer...

Juzgar sin saber
¿Juzgas antes de conocer?

Por: Dora Pancardo.

 

Recuerdo a mi abuela diciendo este dicho en repetidas ocasiones durante mi infancia: “huy m´ijitaa, el león no es como lo pintan”.

 

Para ese entonces yo me encontraba en la tierna edad en la que cualquier cosa dicha por los adultos era interpretada inicialmente de manera literal para después recrearse en el mundo de la imaginación, de tal forma que, en mi mente, el león era de color verde, piel espinosa y con un solo ojo, además, mi león no caminaba, sino que se arrastraba y, cuando se enojaba, sacaba de los costados una especie de garras con espinas capaz de destrozarme a mí, a mi abuela, y a todos los Pancardo vivos hasta el momento.

 

-“Pues si el león no es como lo pintan, entonces debe ser como yo lo imagino”- pensaba yo inocentemente.

Mucho tiempo me llevó entender que, primero, los leones no eran verdes ni tenían espinas y, segundo, que este dicho que tanto recitaba mi abuela en realidad quería decir que las personas tenemos matices, y que lo que uno puede ver por fuera es limitativo y, francamente, también muy poco empático para con los demás, pues una cosa es lo que imaginamos y otra, lo que realmente es.

Y sobre esto, déjame contarte una historia:

El primer día que llegué a la honorabilísima Facultad de Ciencias Administrativas y Sociales de la Universidad Veracruzana para estudiar la licenciatura en Publicidad y Relaciones Públicas conocí a Adela (nombre cambiado para protegerla, aunque sabrá bien quién es cuando lea este post); pues bien, Adela era para mí la clásica niña boba y fresa, presa de sus caprichos de adolescente tardía, que pretendía hacerse ver como la “cerebrito” del salón, una de las más guapas y claro, a mi parecer, una de las más insufribles compañeras de clase que ni en mis peores pesadillas hubiese imaginado. Adela representaba todo lo que yo no tenía, todos mis dolores del pasado, todas las carencias económicas y emocionales, y todo el dolor acumulado por haberme tenido que pagar cada libreta, cada lápiz y cada alimento desde que empecé la secundaria. 

En resumen, no soportaba ver o hablar con Adela, hasta que…

Un día nos tocó trabajar como compañeras de equipo y, para mí, ese día se comparaba con muchos de los peores que había tenido en mis 19 años de vida. Refunfuñando y respirando hondo me reuní con ella y con el resto de mis compañeros para hacer la tarea. Excuso decir que todo lo que decía Adela era rechazado por mí, proponiendo, en contra, ideas (según yo) más “creativas” y “frescas” que las suyas, haciendo todo lo posible porque mis traumas de inferioridad no fueran notorios (lo cual, como era de esperarse, causaban justo el efecto contrario). En resumen, “trabajar” con Adela ese día fue terrible para ella, para mí y para los demás, pero claro, yo estaba tan concentrada en mantenerme a la defensiva, que creía que lo que hacía era totalmente justificado y que con ello reivindicaba los derechos de todas las niñas y jóvenes que, como yo, habían nacido pobres y se tenían que pagar los estudios y que (injustamente), tenían que enfrentarse a mocosas chillonas y rosas como Adela.

 

 

Para colmo de mis males, los papás de Adela no llegaron pronto por ella y todos comenzaron a despedirse, dejándonos solas. Yo seguía abstraída en mi enojo y frustración, hasta que ella buscó mi mirada y, casi inocentemente, preguntó:

-“¿Por qué te caigo tan mal, Dora?”-

Me quedé helada un momento, sin saber qué responderle. Luego, sin saber cómo ni por qué, terminé sacando todo lo que me hacía daño, contándole sobre mi infancia, sobre cómo tenía que ganarme la vida para asistir a la universidad, y cómo su imagen (y la de muchas ahí), contrastaba tan fuertemente con mi contexto, con mis horas de desvelo por ganarme unos pesos para mantenerme estudiando, lo cual me parecía injusto, como si la vida me pusiera de manera malvada frente a lo que no podía tener.

 

 

Adela y yo terminamos llorando esa tarde, sosteniéndonos de las manos y escuché, de su propia voz quebrantada, cómo para ella la vida tampoco había sido fácil: su familia vivía en una casa prestada porque no tenían acceso a una propia, toda la linda ropa que traía era regalada o cosida por su mamá, que con ese oficio ganaba un poco más de dinero para apoyar la economía familiar. Total, que la Adela que yo había creado en mi mente, no tenía nada que ver con esta niña emotiva, inteligente y empática con quien hablaba ahora.

A partir de ese día y hasta hoy, Adela y yo hemos construido una amistad de más de 10 años.

Mi hoy amiga entrañable me enseñó aquél día y a través de los años cómo muchas veces nos atrevemos a juzgar sin conocer bajo nuestros propios conceptos, historia y contexto, y cómo (tontamente), nos perdemos en el camino conexiones con personas valiosísimas, que pueden ayudarnos a abrir la mente, a ver más allá de lo evidente.

 

¿Te imaginas que, cada vez que intentáramos juzgar a alguien, su historia se revelara ante nosotros? Seguramente seríamos mucho más comprensivos con las personas, seguramente les brindaríamos antes el beneficio de la duda, sin lanzarnos desenfrenadamente a calificar sus acciones. El pasado de cada quien y cómo lo interpreta su mente, sus penas, dolores, alegrías y experiencias, son tan únicas que es imposible verlas completamente para saber por qué hace lo que hace, dice lo que dice, se viste como se viste o cualquier otra acción que a nosotros nos parezca digna de juicio.

Sí, juzgar es humano pero, honestamente, a veces nos pasamos de la raya.

Con este post mi intención no es satanizar el hecho de contar con juicio y criterio para evaluar nuestro mundo, no. Lo que creo y que es mi opinión muy personal,  es que ver el mundo bajo nuestro único lente no sólo nos aísla de conocer mejor a los otros, sino que nos absorbe en una burbuja en donde lo único que cuenta son nuestras percepciones, nuestras costumbres o ideas sobre lo que está bien y lo que no.

 

En mi opinión, ser más empáticos y menos juiciosos es una forma de acercarnos al otro, de dejar que se muestre sin máscaras, pero sobre todo, es una manera de aprender de los demás, de saber que no somos únicos en el mundo y de apreciar la riqueza que nos brinda el abrir nuestra mente para entender otras formas de ver la vida, para descubrir puntos comunes porque, aunque yo nunca lo hubiera creído, muchas de las personas que más fuertemente he juzgado en mi vida, hoy forman parte del círculo de mis mayores afectos (sí, como mi hermosa amiga Adela).

¿Cómo podemos comenzar a practicar la empatía en lugar del juicio? Aquí mis propuestas:

juzgar a los demás
Empatía, antes de juicio

 

  • Brindando siempre el beneficio de la duda: ¿por qué las personas o situaciones tendrían que ser como las vemos? ¿Podría haber un trasfondo que no conocemos?
  • Reconociendo que siempre falta información: no importa cuánto creemos conocer a alguien, siempre habrá información que no está a nuestro alcance, y que genera que esa persona actúe, diga o se comporte como lo hace.
  • Sabiendo que, juzgar a alguien, habla más de un@ mism@ que del otro: esos comentarios agresivos y criticones hablan de quiénes somos y de qué tenemos dentro, no del otro en realidad.
  • Concentrándonos en lo bueno que vemos en las personas: nos perdemos de lo positivo por concentrarnos en el “negrito en el arroz”, ¿y si lo hiciéramos al revés?
  • Viajando, hablando, abriendo la mente: sí, exponiéndonos a nuevas experiencias, a nuevas formas de concebir la vida, a ver con otros ojos el mundo.

El dicho de mi abuela tenía razón: “el león no es como lo pintan”, pero, para descubrir cómo es realmente, se requiere mucho más que sentarse en la trinchera a describirlo y criticarlo…

¿O qué piensas tú?

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Comentarios: 2
  • #1

    Santiago (lunes, 05 mayo 2014 14:08)

    Felicidades por tu página.
    En este ejemplo del "león" y sólo para la reflexión (es un tema que me llama la atención), en dónde queda la intuición, aquella que te dice "no confíes en esta persona"; ¿habríamos de hacerle caso a la intuición o al dicho del león y darle el beneficio de conocerla? ¿hay un límite al dicho o un límite a la intuición? ¿existe la intuición?
    ¿Qué opinas?

  • #2

    Dora Pancardo (lunes, 05 mayo 2014 16:09)

    ¡Hola Santiago!
    Yo creo por supuesto en el poder de la intuición, aunque, como lo escribí en el artículo, también considero que el brindarle al otro el beneficio de la duda nos permite abrirnos a realmente conocerlo y ser empáticos con su situación.
    Creo que la combinación de la intuición con la experiencia (que nos la brinda el hecho de conocer más), es lo que realmente nos da un panorama más completo sobre una persona o situación y, con base en ello, decidir si nos acercamos o nos alejamos. ¿Qué te parece?
    Gracias por leerme, un abrazo.